No se me ocurre ningún calificativo positivo para definir este restaurante. A eso tengo que sumar mi perplejidad, una vez más, ante tanta cola de desesperados/as hambrientos y con ganas de que les tomen el pelo. El espacio es enorme, para acoger a hordas de amiguetes dispuestos a beber sidra como elemento exótico y ponerse hasta arriba de patatas. ¿Por qué no lo habrán llamado La Patata que Ríe? Comienzo mi retahíla: el chorizo a la sidra ni lo cortan (no está mal de sabor pero el aspecto es muy cutre); la ensalada es para salir corriendo: lechuga iceberg insípida con una salsa rebajada e irreal de queso cabrales; las “Patatas a la Burbuja” son un cuadro: la papata marchita y retorcía de pena con una salsa que no es para dar saltos; las costillas secas, y con más patatas; ¿y el postre? Es que me da la risa floja el surtido de tartas: una bandeja de acero inoxidable y sobre ella un magma imposible de diferenciar gracias a los chorros de nata que despiadadamente han caído encima del surtido. ¿Por que no mejor jugar a la guerra de tartas y vivir una tarde catártica y liberadora de traumas?
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